Desde hace ya varias décadas, el discurso autolegitimador de la empresa ha versado sobre su responsabilidad social. Ya no se define como una organización cuyo único objetivo es la generación de riquezas. Por las mismas necesidades del mercado, a la rentabilidad inherente se han agregado otros fines que tienen que ver con su permanencia en el mercado y con el desarrollo de la comunidad en la que está inserta. Incluso, más allá del distintivo de empresa socialmente responsable, se han generado nuevos reconocimientos como lo son las acreditaciones bursátiles de responsabilidad social o las empresas familiarmente responsables. Gracias a este empuje empresarial, reconocemos que las empresas no sólo producen bienes y servicios, producen también seres humanos.